jueves, 26 de abril de 2012

EL HOMBRE INCONCLUSO


Teo pasaba muchas horas solo. Con apenas diez años su amiga de juegos era la computadora. Tiempo después empezó a estar con sus compañeros de la escuela y así comenzó a tomarle el gusto a la calle.
Vagaban de aquí para allá. Teo llevaba colgada a su cuello una honda, para tirar alguna piedra a los pájaros o a la ventana de algún vecino desprevenido.
Los echaban de todos lados. –Se van a otra parte, mocosos del diablo- o algún otro insulto . –Le voy a decir a tu padre cuando venga, ya vas a ver- Y se iban a otro lugar. Nunca les importó la opinión de la gente. –Que vayan a quejarse, si en mi casa nunca hay nadie-
Armar chozas en el terraplén, otro entretenimiento.

Piedra sobre piedra

.El techo de ramas, pedazos de alguna lona tirada, siempre había algo en el lugar. Se tenía acceso a la misma sólo con una contraseña. Es que siempre aparecía algún colado, y si no lo conocían no pasaba.
Al principio fueron inocentes pitadas. Compraban cigarros baratos en el quiosco de la cuadra. Nadie los controlaba.

Papá y mamá estaban trabajando. – Hoy no te puedo alcanzar a lo de la abuela, así que te tendrás que quedar solo. Ya sabés como hacerte la leche. Por las dudas si no te acordás lo que te he dicho tantas veces: nada de chicos dentro de la casa. En todo caso te vas a lo de Ale, la mamá está siempre, así que no creo que tenga problemas con uno más. ¡se lo pasa mirando telenovelas! chau besito-
Teo pensaba: ”por lo menos está todo el día con sus hijos”.

Mientras tanto pasaba el tiempo. Teo iba creciendo, sin la atención de sus padres. Los veía un rato en la noche. Como ellos querían estar tranquilos, ni pensar en mirar si tenía tarea escolar!. Se encerraba en su cuarto con la compu y ni siquiera venían a saludarlo al acostarse.

Los fines de semana eran diferentes. Lo llevaban de shoping, a comer hamburguesas y jugar en las maquinitas. –Ya estoy cansado siempre de lo mismo- pensaba Teo. Pero nunca se quejaba. Se había acostumbrado a esa vida.

Teo siguió creciendo, ya era un adolescente. Y siguió estando solo. Podía hacer lo que quisiera. Nadie se ocupaba de sus necesidades. Sólo las materiales. Y para ellos, sus padres, era más que suficiente.

Teo necesitaba caricias, retos y ternura, todo eso que tienen los demás chicos. Únicamente un pequeño grupo era como él. La misma situación. Entonces se hermanaban, se perdían. Y nadie se daba cuenta de eso.

Piedra sobre piedra.

La choza pasó a ser del pasado. Ahora las plazas, los lugares alejados los cobijaban. Así podían fumar porros tranquilos, tomar cerveza y otras bebidas alcohólicas. Dejaron de ir al colegio. No pensaban en otra cosa que no fuera droga o alcohol.

¿Quién se ocupó de estos jóvenes? La sociedad los condenó. ¿Dónde quedó ese pedacito de infancia? ¿Alguien veló su sueño? Dónde habrá quedado el niño?.

Teo, tantos como él. ¿Dónde estuvieron sus afectos que los ignoraron? Iban detrás de quimeras. El auto nuevo. Las vacaciones en Brasil. Mientras tanto: los Teos, los niños, estaban solos.

Entonces, “el hombre inconcluso”, ese pedacito roto, que quedó muy atrás sepultado en las piedras, en la inocencia y en el abandono quiere volver al vientre materno.

-¡Mamá, dónde estás? Papá, ayudame, te necesito ahora!...